LUNES 9 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť León Bendesky Ť

Mapa

Los daneses votaron recientemente por defender su corona y no adoptar el euro como la moneda única de la Unión Europea. En Inglaterra, el gobierno laborista mantiene su apoyo al proyecto regional, pero no fuerza una decisión con respecto a la moneda única, mientras que los nuevos líderes del partido conservador son abiertamente opuestos a entrar en lo que consideran un camino cuyo rumbo no está claro. En Alemania, el proceso de unificación iniciado hace más de una década ha tenido resultados contradictorios y un efecto adverso en la situación fiscal. La moneda europea se ha depreciado frente al dólar desde que entró en vigor a principios de 1999 y hace un par de semanas el flamante banco central se vio obligado, y sin mucha pena, a intervenir en los mercados para levantar el precio del euro.

Argentina ha tenido desde 1991 un sistema de convertibilidad que mantiene el valor de su moneda frente al dólar y contiene las presiones sobre el déficit fiscal. Con ello se han reducido, en efecto, las fuertes presiones inflacionarias de los años ochenta, pero no se ha asegurado la estabilidad del crecimiento, la competitividad de la producción y, menos aún, la mejor distribución del ingreso que se genera; ahora, el agotamiento que presenta el esquema monetario no es sólo económico, sino incluso político. En Ecuador, la crisis económica tiene antecedentes que no pueden reducirse solamente a cuestiones monetarias. La dolarización que empezó a operar hace unas semanas es un recurso político desesperado, aunque muchos funcionarios de organismos internacionales consideren que de haberse adoptado antes se hubiera ahorrado mucho castigo a esa economía y a la sociedad de ese país.

La verdad es que en lo que hace a los acuerdos económicos que significan amplios grados de integración de entidades nacionales, o a las políticas monetarias y fiscales que deben seguir los países como los de América Latina, son más las preguntas que se pueden hacer que las respuestas que se tienen a mano.

No existe un acuerdo político generalizado que enmarque las acciones de los gobiernos hacia formas eficientes de organización económica global que garantice, también, un mayor bienestar nacional. A pesar de que los economistas ofrecen fórmulas técnicas que demuestran los beneficios de esos acuerdos las economías muestran una fragilidad, latente en unas ocasiones y abierta en otras, que mantiene la incertidumbre sobre las posibilidades de sostener la expansión productiva, la rentabilidad de las inversiones, aumentar el nivel de empleo y el ingreso de los trabajadores.

No debe pasarse por alto la situación actual en la que una materia prima como el petróleo provoca grandes descalabros económicos y que es un recordatorio de que esta base productiva no se puede sustituir por la nueva economía del internet.

Con respecto a las fórmulas estrictamente monetarias, como es el caso de la dolarización, pueden discutirse un par de cuestiones. La primera aparece como la propuesta de que si se adopta una regla monetaria estricta como la que representa la convertibilidad de tipo argentina o la dolarización de tipo ecuatoriana, se reducen y hasta se eliminan las fuerzas que provocan la inflación y sus consecuencias adversas en el crecimiento. Pero esto puede verse como una variante de aquello de poner el carro por delante de los bueyes y suponer que una regla monetaria compone por medio del libre funcionamiento del mercado las condiciones de la productividad general del sistema económico. De modo alternativo puede decirse que sólo mediante una eficiente estructura productiva y de distribución en la sociedad puede mantenerse una moneda fuerte que exprese las condiciones favorables de la competitividad general de una economía. La segunda cuestión se refiere al hecho que mientras más se imponen las condiciones del nuevo liberalismo económico y sus correspondencias políticas, más se impone a la sociedad la aceptación de reglas que reducen la capacidad de acción de los grupos que la forman, pero en la medida en que en ella prevalecen mayores grados de desigualdad esas reglas comunes y el rechazo de la discrecionalidad benefician más a unos y castigan a otros.

Hoy en México hay muchas cuestiones abiertas a la discusión ante el próximo cambio de gobierno. Las reformas impuestas a la economía por más de quince años han abierto nuevas brechas de crecimiento, pero han sido insuficientes para articular los sectores productivos y las regiones geográficas, así como a los grupos sociales. Estas últimas son condiciones necesarias para sostener el crecimiento y la productividad y reforzar las formas de la distribución. Esto no se alcanza con medidas como la dolarización. Esta puede ser conveniente como punto de llegada y no de partida. La política económica que se ha aplicado con firmeza en los años recientes no generó un mapa para alcanzar objetivos coherentes a escala nacional. El tema para esta sociedad, y en el que el próximo gobierno y no sólo su equipo económico debe contribuir, es el de delinear ese mapa para conseguir una economía más fuerte y una sociedad más resistente.