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México D.F. Miércoles 20 de agosto de 2003

José Steinsleger/ III

Guatemala: menú fundamentalista

El 23 de marzo de 1982 el general Efraín Ríos Montt dio un golpe de Estado que en 18 meses pulverizó el realismo mágico de Gabriel García Márquez y la técnica literaria superrealista em-pleada por Miguel Angel Asturias en El señor presidente, novela que narra el clima de horror que Guatemala vivió durante las dictaduras de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) y Jorge Ubico (1931-44).

"Mi gobierno -dijo el general aquel día- combatirá 'los cuatro jinetes del Apocalipsis': hambre, miseria, ignorancia y... subversión". Y para ello contó con el respaldo de los cuatro jinetes del fundamentalismo moderno: Estados Unidos, el Vaticano, las sectas evangélicas pentecostales y el "apoyo técnico" de Israel.

La antigua Audiencia de los Confines (1542) fue convertida en inmenso campo de concentración. "Los oficiales al frente de las unidades -observa un informe desclasificado de la CIA de febrero de 1982- han recibido instrucciones de destruir todas las ciudades y al-deas que cooperan con la guerrilla... no cabe esperar el menor cuartel a los combatientes y no combatientes." El informe señala que el ejército estaba lanzando operaciones "de limpieza" en el "triángulo del Norte", colindante con Chiapas, donde se asientan los ixiles, uno de los 20 que conforman el tejido del pueblo maya.

En 1983, a pesar de la desaparición de tres guatemaltecos que trabajaban para la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados Unidos (USAID), el presidente Ronald Reagan reinició la ayuda militar con una cuenta de 250 mil dólares. Al año siguiente mintió al Congreso diciendo que el nuevo gobierno de Ríos Montt había dado "pasos para reducir los abusos en el campo de los derechos humanos" y la cifra aumentó a 50 millones de dólares.

El Vaticano aportó lo suyo. En un simposio de Roma, celebrado en 1975, el Consejo Episcopal de América Latina (Celam) había calificado de "virus contagioso" a la "teología de la liberación" y tras la visita del papa Juan Pablo II a México para inaugurar la tercera Conferencia Latinoamericana del Celam (enero de 1979) se ahondó la brecha entre el sector conservador y progresista del catolicismo.

En mayo de 1980, cuando los fieles no terminaban de lavar la sangre de Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador asesinado en marzo del mismo año, el equipo de extrema derecha del fundamentalismo protestante, que diseñó la política de Reagan en América Central (y que hoy trabaja junto a George W. Bush), cerró filas con el Vaticano y el Celam (Documento de Santa Fe I).

Los medios de comunicación se solazaron en transmitir una y mil veces el dedo admonitorio de Juan Pablo II sobre la cabeza del monje y poeta Ernesto Cardenal, ministro de Cultura de Nicaragua, arrodillado en el aeropuerto de Managua durante el recorrido del papa por América Central (marzo de 1983). Pero en Guatemala, donde el frenesí genocida adquiría en aquellos días grados de sublime ferocidad, el papa se limitó a condenar "la injusticia, el odio y la violencia".

"Su Santidad -dijo Ríos Montt- vino a reafirmar aquello por lo que durante tantos meses nosotros hemos luchado: la pacificación del país. Cualquiera, pues, que no acate nuestro plan ni haga caso al llamamiento de Su Santidad, que lo hizo en nombre de Jesucristo, no será perdonado. Nosotros sí vamos a cumplir lo que dijo el papa. Su Santidad es un aliado de la cruzada moral."

Los periodistas estadunidenses Carl Bernstein y Mario Polito, autores de un libro que revela la alianza política entre Washington y el Vaticano, volcaron una frase curiosa que Juan Pablo II le habría dicho en 1981 al general Vernon Walters, ex director de la CIA y enviado de Reagan: "Necesitamos al Espíritu Santo en estos tiempos difíciles".

Curiosa porque la Iglesia del Verbo, secta pentecostal en la que Ríos Montt oficia de "pastor", a más de practicar el apoliticismo y el anticomunismo de cruzada, considera actuales y prioriza los dones del Espíritu Santo, tal como se describen en el relato de Pentecostés de los Hechos de los apóstoles (Hechos 2: don de lenguas, profecías, curaciones, exorcismo). Sin embargo, el 16 de enero de 1983 la Iglesia católica guatemalteca en el exilio denunció que las sectas eran para el Ejército y el gobierno de Guatemala tan imprescindibles como las armas automáticas o los helicópteros Huey: "Dinero, política, valores y un esquema de Iglesia prefabricado por las sectas fundamentalistas de Estados Unidos, proclamaron públicamente la unión del Ejército, la Religión y el Gobierno."

"Los guatemaltecos somos el pueblo escogido del Nuevo Testamento, somos los nuevos israelitas de Centroamérica", aseguraba Ríos Montt. En realidad, los únicos israelitas de Guatemala no eran nuevos, ni emisarios de Dios, sino 300 expertos en tortura y contrainsurgencia enviados por el Ministerio de Defensa de Israel.

La "cooperación estratégica" entre Washington y Tel Aviv (admitida en 1981 por el general Alexander Haig, secretario de Estado de Reagan) jugó un papel determinante en el genocidio y etnocidio de Guatemala. El esquema represivo seguido por el ejército de Ríos Montt guarda muchos puntos de semejanza con el aplicado por Israel en los territorios ocupados de Palestina: no aceptar ninguna demanda popular, cualquiera que sea el costo.

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