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México D.F. Miércoles 20 de agosto de 2003
Carlos Martínez García
El buen juez
Se pronuncian sobre todo, lanzan descalificaciones a diestra y siniestra, demandan facilidades para realizar su labor, consideran tener autoridad para decir a personas, organizaciones y gobierno lo que deben o no hacer. Se trata de la jerarquía católica mexicana. Que lo mismo la hace de crítica de cine, descalificando películas que le son incómodas, que de coadyuvadora del Instituto Federal Electoral en la tarea de convencer a la ciudadanía para ir a votar, o bien se empeña en dar consejos económicos al gobierno y directrices sobre cómo incrementar el empleo en México. La Iglesia católica es experta, o cree serlo, en los asuntos que se desarrollan fuera de ella, pero no se aplica a sí misma el escrutinio con el que analiza la conducta de los otros.
El tan trillado dicho de que el buen juez por su casa empieza tendría que llamar la atención de la cúpula clerical católica hasta por propio interés y no tanto para ganar autoridad ante la sociedad mexicana. A la jerarquía le gusta señalar el supuesto fracaso de los otros, por ejemplo del sistema educativo laico que, según aquella, es el responsable de la pérdida de valores positivos por la sencilla razón de no haber permitido por décadas enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Tal señalamiento es una simplificación muy cómoda para la óptica particular de la cúpula eclesiástica, pero no tiene bases en datos o investigaciones serias que avalen su dictamen. Pero como desde su visión la crisis educativa nacional se debe a la ausencia de enseñanza religiosa en los centros escolares, entonces abriendo las puertas a los clérigos el problema se solucionará casi mágicamente. Nada más que no pueden ofrecer fuera lo que en sus propios espacios han sido incapaces de obtener.
Hace unos días el prelado de Matamoros, Francisco Javier Chavolla Ramos, mostró su preocupación porque en México solamente 10 por ciento de los católicos asisten a misa (nota de Eugenia Jiménez Cáliz, Milenio Diario, 6/8/03). El dato, ya en sí contundente, palidece todavía más cuando consideramos que gran parte de ese porcentaje que va a misa agota en este acto su compromiso con la Iglesia católica.
Durante las pasadas elecciones, en diversas instancias políticas y de opinión se armó gran revuelo por las instrucciones que algunos jerarcas católicos dieron a la supuesta feligresía que dicen tener ("90 por ciento del pueblo mexicano es católico", afirmación que no tiene asidero en las cifras reales) para ir a votar y no incurrir en un pecado electoral. Como se sabe, los exhortos y admoniciones tuvieron sin cuidado a la inmensa mayoría de los ciudadanos, que tampoco hicieron caso a la feria de partidos políticos que se disputaban su representación y prefirieron usar su tiempo en otras actividades lúdicas que evitar la pecaminosidad de no ir a sufragar. En otros tópicos la irrelevancia de las directrices eclesiales para los mexicanos es patente, y lo saben tanto el sacerdote de una parroquia como los arzobispos y cardenales.
Antes que andar de farol callejero la jerarquía católica nacional bien haría en diseccionar las razones de su incapacidad para ensanchar su presencia en las conciencias de una feligresía que es evasiva, o manifiestamente contraria a la doctrina católica. Pide transparencia, cuentas financieras y morales a los demás, pero guarda absoluto silencio sobre el manejo de estos asuntos dentro de sus terrenos. Recordemos nada más el hasta ahora nunca aclarado tópico de la venta de los derechos de la imagen guadalupana y de Juan Diego a una empresa particular para que comercializara los artículos bendecidos por el cardenal Norberto Rivera Carrera.
Las autoridades católicas dan bonitos discursos sobre la necesidad de reorientar el modelo económico -que por otra parte debe hacerse- que sigue empobreciendo a millones de mexicanos, pero tienen niveles de vida ostentosos y, creo que se vale la expresión, pecaminosos ante la miseria de sus feligreses. Por cierto que hay excepciones dignas de subrayar, como la de un obispo del sureste mexicano que habita una casa sencilla y que además es rentada. Estudios recientes demuestran que para el caso del Distrito Federal la distribución de los sacerdotes es inequitativa en las zonas pobres de la ciudad; los curas se concentran en áreas de clase media y alta. Al fin y al cabo que, como el reino de los cielos ya es de los pobres, hay que sacrificarse atrayendo al seno de la mater et magistra a unos cuantos ricos.
El estricto verticalismo que se vive en las estructuras católicas, la preminencia de las autoridades eclesiásticas en detrimento de lo que se da en llamar laicos (por cierto que en el Nuevo Testamento hay funciones de dirección en la comunidad de creyentes, pero no implican superioridad automática, ya que se privilegia la horizontalidad, puesto que todos son laicos en razón de ser laos -pueblo- de Dios), tienen por resultado una desmovilización de la feligresía y acumulación de poder en una cúpula que administra los bienes simbólicos de salvación en su favor. El juez implacable afuera es condescendiente, permisivo y hasta encubridor de los excesos que se perpetran en su institución.
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