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México D.F. Miércoles 20 de agosto de 2003

Luis Linares Zapata

El oportuno apagón

Después de un breve receso y antes de que se inicien los trabajos de la 59 Legislatura, las reverberaciones del apagón que afectó el noreste de Estados Unidos, y su colindancia con Canadá introducen nuevos elementos en la disputa por la conformación específica que habrá de adoptar la retrasada reforma eléctrica en este país. Lo sucedido a los vecinos no dejará de tener fuertes repercusiones entre los encargados del diseño final de esa reforma clave en el sector de la energía. Y, por la extensa difusión del caso, moverá vastos segmentos de la opinión ciudadana que habrán de apoyar o rechazar las divergentes alternativas.

Dos son los ángulos inmediatos que el masivo y costoso apagón impactará. Uno hace referencia a las consecuencias precisas que el programa privatizador acarreó en ciertas regiones de Estados Unidos. El otro tiene que ver con las condiciones regulatorias que se viene intentando poner en práctica desde el gobierno, trátese del estatal, condal o federal. Según el anterior secretario de Energía con el presidente Clinton, y actual gobernador de Arizona, Bill Richardson, la manera en como se procedió a desregular y concesionar el servicio eléctrico conllevó muchos errores que no se han corregido y que ocasionaron el dañino, caro y hasta peligroso fenómeno observado la semana pasada. En lo básico, sostiene el ex secretario, se propició la formación de monopolios locales, que en su afán de impulsar rendimientos para sus capitales descuidaron el interés colectivo que implica el servicio que prestan. Las distintas empresas, según el experto, tampoco invirtieron lo necesario para mantener en buen estado sus instalaciones, menos para desarrollar la industria de acuerdo con las necesidades y exigencias futuras del mercado. Además, concluyó Richardson (por cierto de origen materno mexicano), no se ha dado la coordinación y regulación a cargo de los distintos niveles de gobierno. Y no se ha podido regular el sector por la terrible oposición de las compañías a sujetarse a normas, pues ello afectaría su búsqueda de mejorar utilidades.

Pero el apagón cayó de lleno y esparció sus oscuridades sobre la discusión ya de por sí enconada en México. Esto se debe a que las iniciativas para reformar la industria eléctrica afectan conceptos, compromisos y visiones estratégicas de poderosos grupos económicos y políticos internos y del exterior. Las pretensiones de estas reales formaciones de poder se han ensartado en crudos forcejeos para inclinar la decisión final en su favor. Unos intentan legalizar la acelerada injerencia que los capitales del exterior ya han iniciado con subterfugios y trampas, que en varias ocasiones caen en la ilegalidad, pues se amparan en la dudosamente constitucional (SCJN) ley del 92 (Salinas). Otros tratan de detener tal penetración y, si eso fuera posible, revertir lo que ya se presenta como oneroso hecho consumado. No tardarán consejeros, asesores, escribanos y demás componentes de la coreografía que rodea al poder y los grandes intereses en escudriñar los hechos ocurridos en Estados Unidos y Canadá para sacar las conclusiones que favorezcan sus intenciones.

Por lo pronto, algunos con acceso a los medios masivos del norte han lanzado avanzadas para "influir o moldear la verdad pública". Unos enfatizan la urgencia de introducir los cambios que favorezcan la desregulación para facilitar operaciones eficientes. Otros ponen el acento en la urgencia de inversiones privadas, sin cuya concurrencia se ocasionarían catástrofes varias, similares a lo ocurrido en el norte, alegan orondos, para continuar diciendo que sólo tales recursos pueden evitar tan graves y costosos apagones. Y muchos más para solicitar que se prosiga por el ya desacreditado rumbo de las privatizaciones rampantes, tal como fueron conducidas en el noreste y oeste de Estados Unidos, las cuales ocasionaron las terribles crisis que hoy sufren esas regiones. Pero en ello, previenen con pesado aliento de conocedores, no habría que rego-dearse sin extraer sanas conclusiones, sino visualizar ese horizonte de promesas que se ofrece para mejores tiempos futuros. Los fraudes contra los consumidores y el estrangulamiento fiscal en California se soslayan con mil sinrazones. La obsolescencia de plantas, tecnologías y redes de transmisión, que puntualiza Richardson, junto con las drásticas escaladas de precios que marcan al noreste estadunidense, son problemas que bien puede ser soslayados por analistas de los centros de investigación como el Cato Institute o la Heritage Foundation, ambas afines y financiadas por los intereses que propusieron, y consiguieron, posesionarse del gigantesco mercado eléctrico estadunidense.

Aquí, entre los mexicanos, hay varios políticos y encumbrados funcionarios que aún sostienen que el Congreso, la Comisión Reguladora, las empresas públicas que subsistieran o las secretarías de Estado que con ello tengan que ver pueden regular, con normas claras, las actividades de las compañías que se han ido posicionando como proveedoras de energía. Hasta puede concederse que lo piensen posible y estén empapados de sana intención. Sin embargo, la evidencia estadunidense apunta, con consecuencias irrebatibles, hacia la incapacidad gubernamental para sobreponerse a las acciones, la influencia y las tramas contrarias que llevan a cabo tan poderosas empresas. Una, por ejemplo, invirtió más de 30 millones de dólares en cabildeos en sólo un año; otra rebasó 20 millones, y así por el estilo fueron decenas de ellas regando las mentes, acariciando sueños fantasiosos, orientando las actitudes de legisladores y funcionarios o incidiendo en la voluntad de los votantes para hacer caminar sus puntos de vista. Las resistencias a ser afectadas, disfrazadas con positivos afanes de empujar el bien colectivo, persiguen, en realidad, el objetivo de coronar sus muy precisos intereses de grupo, empresariales y hasta los estrictamente individuales. Los costos, daños y hasta fatalidades las padecen y, en el caso mexicano, las padecerán, de lograr sus propósitos, los contribuyentes, los usuarios y demás incautos que siguen viendo, impasibles y hasta con gusto, lo que se les pretende escamotear.

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