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La Narcoguerra/ VI

La presencia de más policías y militares no ha logrado abatir la violencia

Juárez, ciudad paralizada de miedo por la guerra de cárteles

En un año, sicarios asesinaron a tres mandos; en febrero pasado ultimaron al director de la policía y dos escoltas, y obligaron a renunciar al secretario de Seguridad Pública

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Integrantes del Ejército Mexicano realizan tareas de vigilancia junto al puente internacional Córdova-Américas, en Ciudad Juárez, Chihuahua, por el cual cada día miles de personas cruzan de y hacia El Paso, TexasFoto Reuters
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El pasado martes 17 de febrero, cientos de ciudadanos bloquearon el puente que comunica con El Paso, Texas, para exigir que elementos del Ejército Mexicano se retiren de Juárez y de otras ciudades fronterizasFoto Ap
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Después de la riña entre bandas rivales ocurrida el 4 de marzo en el penal de Ciudad Juárez, parientes de varios internos esperaron junto a vehículos militares noticias de lo ocurridoFoto Reuters
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Periódico La Jornada
, p. 8

Ciudad Juárez, Chih., 5 de marzo. La voz interrumpe la mejor rockola de Ciudad Juárez: ¡Hay una balacera aquí a dos cuadras! Los parroquianos no entienden qué pasa. Cuando lo descifran, nadie intenta salir o asomarse, nadie, tampoco, pretende esconderse.

La charla sigue. Es el pan de todas las noches en Ciudad Juárez. Un pan multiplicado desde que llegó el Ejército, y una noche antes de que comiencen a llegar los 5 mil 200 elementos que el gobierno federal ha enviado, un año después, a reforzar a los 2 mil de marzo de 2008.

Alguien en la mesa asegura que el año pasado las ejecuciones pararon a la llegada de los militares. Sólo unos días. En abril de 2008 sólo se registraron 51 homicidios. Pero una vez que los sicarios se acostumbraron a la presencia militar, la violencia se recrudeció hasta llegar a la cuenta terrible de mil 443 entre el arribo militar y la despedida del Año Viejo.

Así cerraron el año el cártel de Juárez y su archienemigo de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán Loera.

¿Dicen algo estas cifras? No del miedo que dejó las calles para meterse en los negocios, los restaurantes y bares, los hospitales, las escuelas. No de la indiferencia o aun del morbo que se ha instalado en una parte de los juarenses. Por ejemplo, en aquellos padres que llevaban a sus hijos a ver las narcofosas como quien los lleva al circo, o en aquellos que toman con sus celulares fotos del ejecutado que se topan en el camino.

En la noche juarense nadie se mueve cuando truenan los tiros. La muleta de Arminé Arjona, poeta y cuentista, descansa en su espalda, mientras ella suelta uno tras otro fragmentos de sus escritos: “Camino por mi ciudad, pisando, pisando muertos… Préstame tu celular que voy a fotografiar un titipuchal de muertos…”

Afuera acaba de morir otro hombre, uno de los 234 de febrero, uno de los seis abatidos cada día en lo que va del año.

Nadie se mueve en el bar. Afuera hay soldados que incluso ofrecen cuidar los coches. En el local enorme hay apenas una docena de clientes, lo normal para una ciudad cuya vida nocturna murió con los primeros centenares de víctimas.

Arminé Arjona resume el último año de esta ciudad: Todos tenemos por lo menos un conocido, cuando no una persona cercana, que ha sido víctima. Te ha pasado o lo has visto.

Se provoca a los juarenses en busca de la respuesta obvia. ¿Indiferencia? ¿Autismo social? ¿Impotencia? Lo que hay es miedo, y el miedo paraliza, resume Arminé.

Llegan más soldados, más policías. Un aumento notable ofreció el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, días atrás, cuando desalojaron edificios públicos, el aeropuerto y un puente internacional, pues amenazas de bombas aderezaron la visita del Estado Mayor calderonista.

La felicidad del alcalde y los efectos colaterales

El alcalde de Ciudad Juárez, José Reyes Ferriz, está contento. Sigue celebrando que el gobierno federal enviará más soldados y policías.

Acerca sus manos unos 20 centímetros, sin dejar de reír. Fui por esto, dice. Luego las extiende hasta simular un gran abrazo: Y me dieron esto. Toooodo el poder del Estado mexicano me hace sentir bien.

Los nuevos soldados llegan. Aun no han salido a patrullar cuando Juárez pasa de seis muertos a uno diario. La pus, necia, brota en otro lado, en el Centro de Readaptación Social (Cereso), que alberga a los reos más peligrosos. Muchos de ellos fueron trasladados ahí porque habían protagonizado riñas y motines en la cárcel municipal.

Los malos en este capítulo son Los Aztecas, una suerte de federación de bandas al servicio del cártel de Juárez, cuyo tamaño puede adivinarse con un dato que dan reporteros locales: hay 2 mil aztecas en las prisiones locales.

El pasado miércoles finalizaba la visita conyugal cuando Los Aztecas sometieron a los guardias y en número de 150 tuvieron paso franco en tres bardas con sus rejas, hasta llegar a las celdas de alta seguridad, donde, lista en manos, fueron sacando a otros reos para matarlos.

Uno de los 21 muertos fue decapitado, otro estacado, los demás apuñalados y algunos lanzados al vacío desde el tercer piso.

A pesar de la tranquilidad de la vecina ciudad de El Paso, Texas, Los Aztecas nacieron ahí y hoy son la banda de bandas de Ciudad Juárez. Sus enemigos, Los Mexicles y Los Artistas Asesinos, presuntamente al servicio de El Chapo Guzmán y su cártel de Sinaloa, pusieron esta vez los muertos.

La confianza del Ejército en las fuerzas locales tuvo su precio. En un año fueron asesinados tres directores operativos de la policía municipal, cuyas filas pasaron de mil 600 a mil 200 hombres, pese a que Ciudad Juárez ofrece el más alto salario del país para agentes municipales (9 mil 800 pesos mensuales) y a que la Academia de Policía trabaja a marchas forzadas.

A mediados de febrero pasado fueron asesinados Sacramento Pérez, director de la policía, y dos de sus escoltas. Al mismo tiempo aparecieron mantas en las cuales los narcos amenazaban con matar a un agente cada 48 horas si no dejaba el cargo Roberto Orduña, secretario de Seguridad Pública Municipal.

Mandos federales y empresarios habían pedido su renuncia, pero Orduña sólo dejó el cargo cuando el narco puso sus carteles de amenaza (que cumplió matando a un agente y a un celador antes de la despedida del funcionario).

Ninguno de esos antecedentes parece aminorar la felicidad del alcalde Reyes. Ahora el Ejército ya tiene confianza, vuelve a ufanarse.

Y cómo no. La segunda fase de la Operación Conjunta Chihuahua supone que todos los organismos de seguridad municipales serán dirigidos por militares. Vaya, hasta se anuncia la novedad de que la Dirección de Comercio tendrá agentes de la Policía Federal Preventiva, pues le corresponde regular los giros negros.

Pese a la enorme presencia de soldados, ahora triplicada, en Ciudad Juárez y sus alrededores ocurrieron mil 650 ejecuciones en 2008 (contra 318 del año anterior), además de que, admite el alcalde Reyes, se multiplicaron las denuncias sobre abusos militares y crecieron sin freno delitos como el secuestro y la extorsión. Efectos colaterales, dice el alcalde, evocando una mala película de Arnold Schwarzenegger.

La política de los soldados

Brenda Balderas tiene 22 años, dos hijas pequeñas y un marido desaparecido. Ella jura haberlo visto por última vez tirado en el piso, con el pie de un soldado en la cabeza.

La detención ocurrió el 21 de octubre del año pasado y desde entonces Brenda no ha vuelto a ver a su esposo Saúl Becerra Reyes, de oficio rotulista.

Otro efecto colateral, diría el alcalde Reyes. Aunque según Gustavo de la Rosa Hickerson, visitador de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CEDH), se trata de un caso en una larga lista.

Él cifra en 3 mil las detenciones anticonstitucionales realizadas por militares desde la llegada de sus refuerzos, además de alrededor de 4 mil allanamientos ilegales (Ciudad Juárez tiene unas 200 mil viviendas).

La CEDH calcula, además, que el Ejército ha torturado a más de mil personas. De esos casos, De la Rosa dice tener documentados 140. Es la gente que se ha atrevido a denunciar.

La mayor parte de los detenidos, asegura De la Rosa, son torturados en instalaciones militares y muy pocos enviados a prisión. Los remitidos no pasan de 200.

Uno de los pocos remitidos es Juan Pablo Castillo López, aprehendido junto al marido de Brenda y quien, en su declaración, ha dado testimonio de que al menos durante dos de los siete días que estuvo en instalaciones militares escuchó la voz de Saúl.

Brenda ha ido de un lado a otro en busca de su marido. Sin más resultados que no sean las llamadas telefónicas amenazantes a su casa: Sabemos que tienes dos hijas, ya deja de hacer ruido, le decían.

Brenda tuvo que dejar su casa, mudarse con un amigo discapacitado y vender discos piratas para sobrevivir.

Es el resultado, afirma De la Rosa, del fuero de guerra del que gozan los militares que participan en la Operación Chihuahua. Además de anticonstitucional, ha generado un mar de impunidad en beneficio de los militares.

“Érase una vez…”

En la mesa de uno de los bares clásicos de la célebre avenida Juárez, a unas cuadras de los restos del Noa Noa, departen con Arminé el dueño del bar, dos activistas y un funcionario de la universidad.

Por estos días, Arjona participa de un taller impartido por el sinaloense Elmer Mendoza, pionero de la narrativa inspirada en la narcoviolencia. Dentro de un año habrá 20 novelas que contarán los días que corren en Juaritos. La novela de Arminé, muy a tono con los tiempos, comenzará a la manera de cuento infantil: “Érase una vez en un casquillo muy cercano…”